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Campesino en Cusco: Entre el surco y el subsuelo

Una mirada crítica a la sostenibilidad en la región andina, donde el arado y el tajo conviven en una tensión estructural no siempre reconocida.
24 de junio de 2025 por
Instituto de Desarrollo y Asesoramiento Económico
Campesino en Cusco: Entre el surco y el subsuelo

Cada 24 de junio el calendario patrio se tiñe de fiesta y ritual: el Día del Campesino en Cusco aparece como una fecha simbólica, no solo para el reconocimiento de quienes trabajan la tierra, sino como una excusa para auscultar las fisuras que atraviesan nuestro modelo de desarrollo.

La figura del campesino andino no es únicamente una imagen bucólica o una herencia incaica idealizada. Se trata, más bien, de una presencia histórica, funcional, resiliente, que sostiene el tejido agroecológico y económico del país desde antes que existiera el concepto de “Perú” como Estado. En Cusco, esta figura convive —no siempre en condiciones justas— con una industria extractiva poderosa y expansiva: la minería.

Agricultura campesina: una sostenibilidad silenciosa

En la sierra cusqueña, la agricultura no es un oficio sino una forma de existencia. Las comunidades altoandinas han mantenido, a lo largo de los siglos, un equilibrio fino entre producción y conservación, entre lo que se extrae y lo que se devuelve a la tierra. No es romanticismo, es estadística: según el MINAGRI (2022), Cusco representa cerca del 20% de la producción nacional de cultivos como papa, café, cacao y quinua.

El uso de andenes y la rotación de cultivos —prácticas precolombinas— siguen vigentes no solo por tradición, sino por eficacia. Se adaptan al suelo, al clima y a los ritmos del ecosistema. No requieren fertilizantes químicos, no erosionan la tierra, no contaminan los afluentes. A ello se suma que, según informes del MIDAGRI, más del 65% de la mano de obra rural en Cusco es familiar y comunitaria, lo que refuerza la cohesión territorial.

No obstante, esta agricultura no tiene prensa, ni lobby, ni financiamiento como sí lo tiene la gran industria minera. Aún así, produce. Alimenta. Resiste.

Minería: modernidad con efectos secundarios

La minería en Cusco no puede ser demonizada ni tampoco idealizada. Representa aproximadamente el 60% del PBI regional (MINEM, 2021). Ha financiado infraestructura, canon, proyectos. No obstante, el costo de su expansión ha sido alto y desigual.

La contaminación de fuentes hídricas es un hecho documentado. Estudios del MINAM (2021) han identificado metales pesados en cuencas como la del río Vilcanota, lo que pone en riesgo a comunidades enteras que dependen de estas aguas para su subsistencia. La deforestación en zonas subandinas y amazónicas, como La Convención o parte del VRAEM, es una consecuencia colateral de la apertura de caminos y operaciones ilegales.

Pero el mayor problema quizá no sea ambiental ni técnico, sino estructural: la asimetría en la distribución de beneficios. El BCRP reportó que entre 2010 y 2020 gran parte del canon se destinó a obras en capitales provinciales, mientras que comunidades rurales próximas a yacimientos mineros permanecen con brechas significativas en salud, educación y conectividad.

Ni conflicto ni binarismo: convivencia con reglas claras

Plantear la relación entre minería y agricultura como un conflicto irresoluble es una trampa narrativa. No se trata de elegir entre el subsuelo o la superficie, sino de pensar en cómo se regulan sus interacciones. El problema no es la minería en sí, sino el modelo que permite que opere con márgenes laxos y sin internalizar costos sociales ni ambientales.

La agroecología —que en muchas comunidades ya se practica sin llamarla así— es una vía hacia un desarrollo más equilibrado. Algunos gobiernos locales han comenzado a promover mercados verdes, certificación orgánica y turismo rural comunitario. Y aunque todavía de forma incipiente, existen casos de diálogo territorial entre empresas y comunidades, con resultados mixtos.

No se trata de negar los ingresos mineros ni de ignorar la eficiencia de las cadenas globales. Se trata, más bien, de preguntarnos si el actual modelo extractivo tiene fecha de caducidad y si la tierra que heredamos resistirá otro siglo de licencias mal otorgadas y pasivos ambientales sin remediación.

El campesino como centinela del porvenir

El campesino cusqueño no es un actor pasivo del drama del desarrollo. Es, en muchos sentidos, el centinela de un porvenir distinto, donde la producción no implique devastación y donde el derecho a existir no dependa de si hay litio o cobre bajo los pies.

El Día del Campesino debería ser, entonces, más que una efeméride; debería ser una pausa crítica para revisar qué tipo de futuro estamos sembrando —y para quién.

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Instituto de Desarrollo y Asesoramiento Económico 24 de junio de 2025
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